JULIANE KOEPCKE

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JULIANE KOEPCKE
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LOCKHEED L-188 ELECTRA

El Lockeed L-188 Electra fue un avión desarrollado a fines de la década de 1950 para satisfacer los pedidos de las aerolíneas que demandaban un aparato versátil y con buena capacidad de carga para recorridos medios y cortos. Lockeed se decantó por una configuración de cuatro motores turbohélice, que aseguraba una potencia suficiente para transportar 100 pasajeros más carga en un radio de acción de hasta 4000 kilómetros. El primer vuelo comercial se hizo en enero de 1959 y la lista de pedidos por la promisoria aeronave fue en aumento.

El 23 de septiembre de 1959 uno de los nuevos Electra tuvo un accidente en pleno vuelo entre Dallas y Houston en donde fallecieron todos sus ocupantes. Se determinó que la causa del mismo había sido el desprendimiento de un ala y el posterior fraccionamiento de la aeronave en varias partes.  En marzo de 1960 un segundo accidente por destrucción del avión en vuelo, esta vez en ruta de Chicago a Miami, determinó la puesta en tierra de todos los L-188 Electra hasta que se investigaran las causas de ambos accidentes.

En la investigación se comprobó que los soportes de los motores transmitían las vibraciones y las cargas a la estructura de tal manera que en condiciones de turbulencias podían provocar el desprendimiento de las alas y la destrucción de la aeronave. A partir de entonces todos los Electra fueron modificados mediante refuerzos en su estructura. Sin embargo la reputación del aparato se había dañado y no hubo nuevos pedidos, por lo que Loocked discontinuó su producción en 1961, a sólo dos años de su puesta en el aire.

Hasta ese entonces se habían producido 170 Electras. La mayoría habían sido comprados por aerolíneas estadounidenses, quienes se desprendieron de sus unidades tan pronto como pudieron, terminando estas en aerolíneas de segunda línea de Asia, África y Sudamérica.

Un flamante Electra de Pacific Southwest Airlines

L.A.N.S.A. y el vuelo del 24 de diciembre de 1971

Diez años después, dos de estos Lockeed L-188 Electra estaban en Perú manos de L.A.N.S.A: Líneas aéreas nacionales sociedad anónima. El 9 de agosto de 1970, uno de estos aparatos se estrelló a poco de despegar de Cuzco por causa del incendio de un motor y por el manejo erróneo de la emergencia por parte de los pilotos.

El 24 de diciembre de 1971, el Electra restante de L.A.N.S.A. despegó de Lima con 93 ocupantes hacía Pucallpa, una pequeña ciudad en la selva peruana. El día estaba despejado y la primera parte del vuelo transcurrió sin incidencias mientras el avión tomaba altura hasta los 7000 metros para atravesar la cordillera de los andes. Ya en descenso hacia Pucallpa el avión se internó en una tormenta. Las conversaciones de los pilotos hasta ese momento, versaban sobre cuestiones familiares relacionadas al festejo de la navidad de esa noche. Se mostraban ansiosos por regresar lo más pronto posible a Lima. Este pudo haber sido un factor influyente en su decisión de no desviar la trayectoria ante la tormenta y continuar en línea recta hacia Pucallpa.

El Electra matricula OB-R-941 accidentado en el amazonas peruano
fotografiado en Lima en 1968. Nótese que si bien el aparato está
pintado a nuevo, el fuselaje del motor denota los años de uso intensivo

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JULIANE KOEPCKE

En ese entonces Juliane Koepcke tenía 17 años, había tenido su fiesta de egresados la noche anterior y viajaba a Pucallpa en compañía de su madre, para pasar las navidades con su padre quién residía en una estación de investigación biológica en la selva.

Según el relato de Juliane cuando el avión ingresó en la tormenta se produjo una gran oscuridad en comparación con el sol pleno que los había acompañado hasta entonces. De inmediato en avión empezó a sacudirse de forma violenta, lo que provocó que los equipajes de mano y los restos del almuerzo que aún no se habían levantado, se desperdigaran por todo el interior de la aeronave. Ella podía verlo todo porque estaba sentada en la penúltima fila de asientos del lado derecho, junto a la ventanilla. Acto seguido el avión entró en sucesivos pozos de aire que le provocaron varios descensos consecutivos. Entonces un fuerte resplandor surgió en el ala derecha. Pudo haber sido un rayo, el incendio del motor o ambas cosas. Poco después el morro del avión apuntó hacia abajo y empezó a caer en picado. El ruido era tremendo, sumado a los gritos de los pasajeros, pero encima de todo Juliane recuerda la voz de su madre diciendo: «Ahora se acaba todo».

Después tiene un vacío en sus recuerdos. Sólo nota la diferencia entre el estruendo que se oía en el interior del avión y de repente el silencio.Un momento después abre los ojos o recupera la consciencia y se da cuenta de que el avión había desaparecido. Estaba en el aire, aún atada a su asiento, y veía la selva girando debajo suyo.

Es posible que la fila de tres asientos en caída libre con una sola persona aún atada a ellos, produjera un efecto aerodinámico giratorio que explica la visión de Juliane.

Cuando vuelve a tomar consciencia se encuentra en el suelo de la selva mirando hacia arriba, hacia las copas de los árboles. Cree que ese despertar debe de haber sido el día posterior al accidente porque el cielo estaba soleado. Intenta levantarse pero no tiene fuerzas para hacerlo y vuelve a quedar inconsciente. Al día siguiente se siente algo mejor y puede comprobar sus heridas. Tiene una clavícula fracturada, una herida profunda en la pantorrilla y otra en la parte de atrás del brazo. De forma extraña ninguna de las heridas sangra y tampoco le generan dolor.

Juliane es consciente de que acaba de sufrir un accidente de avión y sabe que se encuentra en medio de la selva. Piensa que debe haber otros sobrevivientes y lo primero que hace es gritar. Llama a su madre que viajaba a su lado, pero nadie le responde. Empieza a explorar el lugar haciendo pequeños círculos alrededor del lugar donde cayó pero no encuentra ningún resto de los otros ocupantes del avión. Oye aviones pasando sobre ella pero sabe que es imposible que la vean en medio de la espesura. Decide que no tiene otra alternativa que moverse, porque al quedar separada de los otros pasajeros nunca la encontrarán. Oye un murmullo de agua corriendo y siguiéndolo encuentra un pequeño arroyo que le permite beber. Por su experiencia de haber vivido durante años en la estación biológica que dirige su padre sabe que la única manera de llegar a algún lugar cuando uno está perdido en la selva es siguiendo las corrientes de agua. Un arroyo te llevará a un pequeño río, y el río pequeño te llevará a otro más grande que con suerte llegará a algún lugar habitado.

Juliane sigue el curso del arroyo con muchas dificultades, ya que en numerosas oportunidades troncos y árboles caídos le impiden el paso. Sólo tiene un zapato, más apto para una fiesta que para caminar por la selva, pero a pesar de que le dificulta aún más la marcha, lo conserva para ir tanteando el suelo con ese pie, y así evitar sorpresas desagradables. En la selva siempre había andado con botas, pero ahora no le queda más remedio que usar esa táctica. Conoce los animales de la selva, sabe cuáles son peligrosos y lo difícil que puede resultar verlos con su camuflaje natural. Tiene un encuentro con una tarántula gigante que sigue su camino sin prestarle atención.

Al tercer día ella encuentra con una de las turbinas del avión, la cual mostraba evidencias de haber sufrido un incendio.

Al cuarto día encuentra una fila de tres asientos del avión, igual a la que ella había estado sentada. La diferencia es que está enterrada en el terreno cabeza abajo. Los tres pasajeros están aún en sus asientos y sólo sobresalen las piernas. Poco después come el último caramelo que le quedaba de una bolsa que había encontrado cerca del lugar de su caída. A partir de entonces no se atreve a comer nada más. Al estar la estación de lluvias no hay frutas y sabe que muchas cosas en la selva son venenosas.

El quinto o sexto día oye el canto de un ave que ella conoce y que anida sólo en las orillas de grandes ríos, pero una gran cantidad de madera flotante y un cañaveral le impiden el paso. Hace un rodeo lamentando tener que abandonar el arroyo que le servía de guía. Le lleva mucho tiempo y esfuerzo atravesar ese trozo de selva pero al final llega a la orilla de un río de diez metros de ancho. No hay nadie a la vista y se da cuenta de que el río no puede ser navegable, porque hay muchos troncos que bloquean su curso.

No puede caminar por la orilla porque las plantas son demasiado grandes, entonces camina por el agua cerca de la orilla. Con un palo tantea el fondo antes de pisar, en parte para no resbalar, en parte para evitar pisar una  venenosa raya de agua dulce. Avanzar le resulta dificultoso porque hay muchos troncos y pisa sobre piedras resbalosas o sobre barro blando en el que se hunde. Al final se decide por nadar por el centro del río, donde sabe que hay pirañas y caimanes, pero tiene que optar entre un riesgo o el otro y de esa forma logra avanzar más cansándose menos. Por las noches busca un lugar en donde apoyar la espalda, una piedra o un árbol, pero le es imposible dormir por intervalos largos. Los mosquitos y otros insectos que aumentan su actividad durante la noche, intentan permanentemente meterse por lo oídos y las ventanas de la nariz, por lo que se despierta continuamente por las nuevas picaduras. Cuando llueve no hay mosquitos pero el frío intenso tampoco le permite dormir. El fino vestido corto de verano no le ofrece ningún abrigo. Durante esas largas noches siente una sensación infinita de abandono. Piensa en dónde pueden haber quedado los otros pasajeros, dónde estará su madre, si ya la habrán rescatado, y piensa si su padre, solo en la aislada estación biológica, ya se habrá enterado del accidente. También le preocupa no encontrar ningún sendero en la selva, lo que le hace pensar que se encuentra en una zona por completo deshabitada.

En los días siguientes empieza a preocuparse por las heridas. La herida de la pierna se le hincha y se le pone blanca, y en la herida del brazo descubre larvas de un centímetro de longitud. Sabe que tiene que sacar las larvas, pero no tiene como hacerlo. Lo intenta escarbando con la hebilla del reloj pero no lo logra ningún resultado.

No tiene hambre, pero nota que a medida que pasa el tiempo se siente más débil. Cuando intenta contar los días se da cuenta de que 1972 ya debía de haber empezado.

A la mañana siguiente se despierta con dolor en la espalda y nota que está sangrando. Al nadar boca abajo se ha quemado la espalda con el sol y la piel se le cae a jirones. Sigue dejándose llevar por la corriente pero cada vez se siente más cansada y tiene que hacer un gran esfuerzo para continuar. Sabe que si no continúa avanzando se muere. Por la noche sueña con comida. Intenta atrapar alguna rana, pero no lo consigue.

En el décimo día encuentra un banco de arena y decide descansar allí un poco. Dormita un rato y cuando abre los ojos ve un bote en la orilla. Al lado del bote aparece un sendero que sube por la pendiente junto a la orilla. Está tan débil que le lleva mucho tiempo avanzar unos pocos metros. Arriba se encuentra un refugio sencillo, donde hay un motor fuera de borda y un bidón de gasolina. No hay nadie a la vista, sólo un sendero que se interna en la selva.

Con un pedazo de manguera sorbe un poco de gasolina del bidón y se la hecha en la herida. Eso le hace sentir un dolor infernal porque las larvas se internan más en la carne, pero al final salen, y logra sacar treinta larvas.

Pasa la noche en el refugio y a la tarde siguiente piensa que tiene que seguir camino, pero ya no tiene fuerzas para levantarse. Cree que lo más probable es que muera, que nunca nadie se entere que fue de ella, que camino hizo, y hasta dónde llegó.

Cuando está oscureciendo escucha voces. Entonces aparecen tres hombres que al verla retroceden asustados. Juliane les habla en castellano:

«Soy una chica que se ha caído con el LANSA. Mi nombre es Juliana.»

Entonces los hombres se acercan y la miran asombrados. Le dicen que se han asustado por su blancura y porque tiene los ojos completamente rojos. Esos tres taladores le dan de comer, le curan las heridas, y le sacan las larvas del brazo. Lo primero que ella les pregunta es si se han salvado los otros pasajeros. Es entonces cuando Juliane se entera de que ella es la única superviviente.

La primera imagen luego de recibir los primeros auxilios

Gracias a las indicaciones de Juliane los rescatistas logran dar con el lugar del accidente. Se encuentran con los restos fragmentados en un área de varios kilómetros cuadrados y de un acceso extremadamente difícil por lo exuberante de la vegetación. No todos los cuerpos son encontrados y se producen irregularidades en la identificación de los mismos. Al padre de Juliane le entregan el cuerpo de su esposa pero tiene dudas respecto de su identificación porque le falta el cráneo. Lo hace llevar a Alemania para una autopsia pero cuando el féretro llega a destino se descubre que los restos han sido cambiados por unos pocos huesos sobre los que no se puede hacer ningún análisis. Los restos de los otros pasajeros son enterrados en una tumba común en Pucallpa.

A pesar de que se encontró la cabina del avión y la correspondiente caja negra debajo, la administración peruana no realizó una investigación seria del accidente. Por ese entonces ya se solían llevar las cajas negras de los aparatos estadounidenses a la NTSB, la junta nacional de seguridad en el transporte de Estados Unidos, en donde se procedía a la lectura de los datos. No hay constancia de que esto se haya hecho en este caso.


PANGUANA

Los padres de Juliane habían fundado una estación de investigación biológica en 1968. La estación se llama PANGUANA y está en un lugar sólo accesible por vía fluvial en la orilla del río Yuyapichis, afuente del Pachitea, a su vez afluente del Ucayali que es uno de los principales afluentes del Amazonas.

En la época de la fundación de PANGUANA llevaba dos días por tierra llegar desde Lima a Pucallpa, la ciudad más cercana a la estación, y otros tres días navegando por ríos de intrincados meandros hasta llegar a destino.

El padre de Juliane continuó administrando PANGUANA durante toda su vida, con la colaboración de un administrador fiel que no dejó que las cosas se descarrilaran cuando él se trasladó a Alemania. Luego Juliane tomó su lugar, y gracias a esta continuidad, PANGUANA es hoy un área de conservación privada, un granito más de arena que impide la destrucción sistemática de la selva amazónica.

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En 1998 Juliane regresó al lugar del accidente con el cineasta alemán Werner Herzog para filmar un documental. Se encontraron con varias partes del avión en buen estado de conservación.

En 2019 Juliane Koepcke es reconocida por sus investigaciones y aportes sobre la fauna y flora de la amazonía peruana.



Fernando Fontenla Felipetti - 6 de Agosto de 2020